Hace unos días estuve en Uruguay y uno de mis destinos centrales fue el Museo Taller Casapueblo, obra de fascinante arquitectura y diseño construida por el artista uruguayo Carlos Páez Vilaró. Me habían hablado días previos sobre lo inspirador y sobrecogedor de sus instalaciones lo cual pude constatar ni bien llegué.

Una mansión con más de 100 habitaciones, ubicada en un acantilado con vista completa de toda la costa -desde Punta del Este hasta Punta Colorada-, además de un impresionante espectáculo diario otorgado por las puestas de sol cotidianas, me llevó a indagar mucho más sobre el autor de dicho faraónico trabajo.

Carlos Páez Vilaró fue un montevideano de clase media, hijo del político uruguayo, fundador del Partido Agrario, Miguel Ángel Páez Formoso el cual, impactado por la vitalidad y los colores del candombe en los barrios periféricos de Montevideo, inició su descubrimiento artístico a través del mundo afro uruguayo. Su espíritu aventurero, curioso a más no poder e increíblemente viajero lo llevó a penetrarse en el mundo de los afrodescendientes y así su vida fue una incansable peregrinación que lo enrumbó por países que compartiesen esta población y sus tradiciones como Brasil, Egipto, Camerún, Haití, Nigeria, entre otros.

Empezó en Buenos Aires, sus temáticas rondaron lo social derivado del trabajo en las fábricas. Ya en Uruguay, las noches de fiestas y de candombe (música afro uruguaya) lo marcó de por vida. Según él mismo, lo que le impactó fue “el negro y su carnaval (…) invadí sus tradiciones, pinté sus comparsas, decoré sus navidades, compuse sus músicas y toqué sus tambores acompañándolos en sus grandes caminatas entre el dolor y la alegría”.

Luego, su buen amigo y escritor brasileño Jorge Amado lo inspiró e invitó a viajar a Bahía en Brasil, en donde su vinculación con el folclor callejero de las poblaciones afrodescendientes aumentó mucho más. Es en ese trayecto de búsquedas y de procesos creativos que se hace muy buen amigo del pintor y escultor español Pablo Picasso, con quien no solo entablaría una férrea amistas si no que se inspiraría para la realización de sus obras bajo la influencia del cubismo.

Se dedicó a la pintura, escultura, cerámica, cine y literatura lo que lo llevó a ser un generoso amigo de artistas nacientes, producto de lo cual construyó Casapueblo con la idea de que sirva como taller de arte para que artistas amigos inspirarse, y así incentiva la producción artística. Enclavada en los acantilados rocosos de Punta Ballenas, Casapueblo tiene 9 pisos que llegan al mar, lo que lo convierte en parada obligatoria para el encuentro de artistas que llegan al Uruguay.

En Costa de Marfil conoció al doctor, teólogo luterano alemán y Premio Nobel de la Paz, Albert Schweitzer. Del cual recibió la invitación para visitar la selva gabonesa y en donde según Páez, “fue la única vez que le dio la mano a un santo”. La vida de miseria y la atención de los leprosos africanos tocaron mucho al artista uruguayo lo cual fue plasmado en muchas de sus obras.

En la década del 60, asistió al Dakar, y se volvió amigo del entonces presidente egipcio Nasser, fue invitado numerosas veces a presentar sus obras y murales en Egipto. Es en ese entonces en donde iniciará una vida de artista de incansable labor, que lo obligó a crear talleres en todo el mundo -Nueva York, Paris, Tahití, áfrica, Brasil, Argentina y Uruguay- en donde las temáticas se adentraron en los juegos, las abstracciones, los collages, los animales, los bares, los puertos y mares, las danzas y el folclor latinoamericano, las mujeres y las comparsas.

Este artista falleció relativamente hace poco: el 24 de febrero del 2014. Me encantaría seguir escribiendo sobre lo que he estado leyendo y escuché durante mi estancia en Casapueblo, pero no pretendo abarrotarlos de mi pasión por el arte y, sobre todo, por la vida prolífica de tan buen artista como lo fue Carlos Páez Vilaró. Si tienen la oportunidad de ir al Uruguay y no pasan por Casapueblo, se habrán perdido de mucho.