La semana pasada fui a ver, por primera vez, Billy Elliot El Musical en el teatro Peruano Japonés. Bajo la dirección de Juan Carlos Fisher, con la participación destacada de numerosos artistas como la primera actriz Ana Cecilia Natteri; y actores como Ricardo Velásquez, Bruno Oda, Rómulo Asseretto y Johanna San Miguel, esta obra condensa -de forma fabulosa- una serie de reinvidiciones y luchas constantes de numerosas personas que, a lo largo del tiempo, han peleado y pelean por el reconocimiento de sus derechos fundamentales de libertad e identidad. Es una lucha por la concreción del desarrollo humano el cual, según Denis Goulet en su libro “Ética del desarrollo” (1965), persigue “lograr una vida humana, digna, feliz, desarrollada y creadora” (p. 77)
No solo me refiero a una minoría como la LGTBIQ, sino a aquellos sectores de la población que, por diversos motivos, han sufrido y sufren del atropello de sus derechos y que deben pelear para –aunque suene exagerado- que el mundo o el sistema los acepte: minorías obreras, poblaciones de piel negra, y por qué no incluir – en el contexto actual- a las poblaciones indígenas.
Billy Elliot es la historia de un niño que pertenece a una clase obrera de escasísimos recursos, el cual, dentro de una sociedad súper conservadora (Inglaterra, 1984), debe luchar para hacer lo que más le gusta: bailar ballet.
Básicamente, el discurso se centra en la aceptación –luego, liberalización- de uno mismo. Billy, interpretado –el día que fui- por Thiago Vernal (13) con danzas impecables, debe luchar contra un mundo que no valora –ni respeta- su pasión por el ballet por el siempre hecho de no ser una afición “de hombres”. La lucha por el reconocimiento empieza por él mismo, luego por su familia, y finalmente por su comunidad. Además, la escuela de danza londinense, paulatinamente, termina apoyándolo.
En el Perú, este tipo de expresiones artísticas siguen enmarcadas en un conjunto cerrado de estereotipos y prejuicios, que son reflejo del limitado espectro de desarrollo humano que tiene el esquema de pensamiento del peruano, actualmente. Así, no resulta sorpresivo que un hombre mayor irrumpiera, en medio de una de las presentaciones, increpando que “por qué los visten como maricones”, en una de las escenas más significativas y reivindicadoras de la obra, que tiene como guion la canción Expressing Yourself (en español, Sé Tú Mismo).
Entonces, ¿qué lección nos deja la experiencia de Billy Elliot El Musical para los jóvenes peruanos? En primer lugar, luchar por nuestros sueños con respeto y profesionalismo. En segundo lugar, respetar las diferencias en base a una sentencia simplísima: “no hagas a otros lo que no quieres que te hagan.” Y, en tercer lugar, fomentar el respeto a quienes sufren de maltratos de manera arbitraria. Esto último permitirá que no solo se rompan estereotipos absurdos, sino que impulsará a una mejor convivencia entre peruanos y peruanas en estos momentos que el país tanto lo necesita.
Billy Elliot es una alegoría a la libertad, al autorreconocimiento, al amor y a la dicha simple de ser uno mismo. Si no la has visto, vale la pena darte esta oportunidad de presenciar una puesta en escena de altísimo nivel, con música en vivo y danzas bellísimas que deleitan y emocionan a quien lo mire. A ver si a través del arte nos espabilamos más.