“Es duro para mí, que estoy celosa del viento. Estoy celosa del viento que roza tu sombra, de la lluvia que toca tu piel, más allá de lo que han tocado mis manos. Estoy celosa de verte que eres feliz, sin mí. Y me siento culpable, me siento triste, me siento miserable al verte sonreír. Quizá porque, en el fondo, esperaba que regresarás reclamando por mí. Quizá porque estoy celosa del amor.” – Labrinth, Jealous

¿Qué es lo se supone qué haces cuando te despiertas, ebria, un domingo a las 10 a.m.? ¿Qué sé supone que debes hacer, después de haberte arreglado de maravilla para sorprender a tu exnovio después de años y no saber cómo actuar frente a él? ¿Qué se supone que debes hacer cuando, entre tanto y tanto, te pones a revisar las stories de la fiesta de anoche y lo encuentras a él? ¿Qué se supone qué haces cuando lo ves a él, feliz, bailando, coqueteando y enamorando a una muchacha más astuta que tú?

– »¡Maldita sea, cielo santo! ¿Cuántas veces tengo que decirte que, por favor, no lo grabes a él en tus stories? Me molesta, me perturba. Me incomoda y se supone que eres mi amiga. No lo hagas sentir más importante» Audio que jamás mandé

Grabas el audio para tu mejor amiga. Al minuto, lo borras, porque te das cuenta de lo estúpido que es prohibirle que suba pruebas audiovisuales de su inconciencia de anoche. Vuelves a grabar otro audio, esta vez, intentando no llorar. Ahora le pides que, por favor, vaya a tu casa con una torre de helado, galletas y una bolsa de Chizitos Fiesta.

Y no terminas de entender por qué te sientes así. Oh, cielos, una relación que se terminó hace años. ¿Por qué, en un principio, te esmeraste tanto en impresionarlo? Buscaste tu mejor blusa, la del escote más pronunciado. Maquillaje de mano de tu mejor amiga-maquillista. Pantalón ajustado, pestañas postizas y tacones de 20 cm, para intentar empatar con tu altura de duende.

ESA NOCHE IBAS A TODO LO QUE PODÍAS

Sabías que él te iba comer con la mirada, sabías que bailarías con él y que se derretiría solo con verte pasar. Ibas solo para ignorarlo en cuánto él quisiera preguntar por tu vida, en un intento de hacerte la digna. Sabías a lo que ibas, porque ibas a todo lo que podías.

Y así fue: Bailaste, te embriagaste, te divertiste. Pero, en cuánto te diste la vuelta, viste que no te miraba. Viste que no te codiciaba. Viste que no te tomaba importancia; Había otra muchacha, más alta, más perfecta (en tu ebriedad) que había tomado el valor de hablarle, coquetearle e intercambiarle el número. Y tú, como no sabes perder, miras el reloj. Te excusas con tus amistades y te largas, antes de que el tiempo se haga tarde o antes de que te expongas a una escenita injustificable.

Esa mañana, imprimiste todas las stories de tu amiga. Lloraste. Ubicaste uno a uno a todos los personajes que pertenecían a la sala, les diste un nombre, una acción, sacaste por horas lo que cada uno hacía…Cielos, sonabas como una loca. Llamas a tus amigos para corroborar tus fuentes, en una excusa de verificación de la información. Ellos te repiten lo mismo: ¿A dónde quieres llegar? ¿A reclamarle a alguien que no es nada tuyo? Y no lo entiendes. Pero tampoco quieres dejarlo pasar.

TE MOLESTA

Te molesta ver esas escenas, en bucle, donde la gran chica se menea en su delante. Donde le da bocadillos en la boca, donde el tiempo parece lento. Pausas una y otra vez cada vídeo. Te detienes una y otra vez, intentando identificar quién es quién. Ves la minifalda de la joven, ves sus zapatillas. Te das cuenta que aquello no combina y llamas a tu mejor amiga para rajar del outfit.

Revisas otra vez si aquel muchacho te desbloqueó de WhatsApp y no puedes dejar de imaginarte ese: “Amiga, date cuenta” que te revolotea la cabeza.

NO LO LLAMES. AL MENOS, ESO NO HACES 

Llamas a tu mejor amigo:
– ¿Qué hago?
– Nada estúpido, please.

Abres el whisky más caro de la casa y te lo secas, entre vasos, sin hielo. Se acaba el alcohol y vuelves a llorar. Una repetición infinita. Y te preguntas, ¿Por qué eres tan celosa? ¿Por qué lo has sido siempre? ¿Acaso él no tiene el derecho de divertirse con quién se le da la gana? ¿Quién eres tú para prohibírselo?

¿Sabes quién? La muchacha que debe darse cuenta que esos celos enfermizos no son más que una muestra del poco valor propio que carga encima. Quizá de una necesidad afectiva que va mucho más de lo que ella puede soportar. Quizá porque necesita de esa aprobación masculina para sentirse importante. Quizá porque no te gusta perder. Porque sientes que tienes que ganar en todo, que el amor es un juego donde no te gusta quedar en último puesto.

¿Te soy sincera? Yo me reconozco como la mujer más celosa que existe en este planeta y siempre lo doy a conocer. No es una sorpresa entre mis amigos. Sin embargo, parte de ese reconocimiento es también darle la oportunidad el cambio: Poca confianza en mí, en los otros. Poca seguridad en las decisiones que voy a tomar, un concepto de autoestima algo trastocado. Es necesario reconocerlo para poder dar un paso al costado y, sí, aunque siga costando, poder hacer algo al respecto.