Domingo 4:30 a.m. sonó mi alarma y desde ese momento tuve el mixed feeling de nervios y emoción pre carrera. El San Diego Rock & Roll Marathon para mi fue una preparación tanto física como mental. Sabía lo que venia y a lo que me enfrentaba, ya que había corrido 2 semanas antes, la media maratón de Movistar en Lima. Estaba preparada para volver a vivir 21 kilómetros con muchísimo enfoque e intención. ¿Qué resultado buscaba yo?. Buscaba mejorar mi tiempo, buscaba retarme, pero, sobre todo, buscaba disfrutar de la ruta. Iba con un grupo de amigas, las cuales estaban ahí con el mismo propósito. Compartir estas emociones, estos nervios y este camino de entrenamiento con un soporte, no tiene precio.

3… 2… 1… ¡A correr!

Ya estaba cruzando la linea de partida. Mucha gente, porras, fotógrafos y cientos de corredores. Lo único que pasaba por mi mente era que todas las semanas de entrenamiento previo estaban por fin plasmadas en empezar la carrera. Pasaron los primeros 5 kilómetros, los cuales disfruté mucho; Fueron los mejores. Mis piernas se sentían ligeras, la música estaba buena y yo venia muy motivada. Algo que he aprendido de las diferentes carreras, en las cuales he podido participar es que cada kilometro es diferente. Cada ruta, es un reto nuevo y cada cuidad con lleva distintos “obstáculos” desde el clima y la altura hasta la cantidad de gente, y el estado de la pista en la que corres.

Después de varias subidas inesperadas llegó el kilometro 10 con sol, muchísimo calor y cansancio. Empiezan a sentirse pesadas las piernas y es ahí cuando empieza la batalla mental de bajar el ritmo; ese fue el kilometro más retador. Fue mi mente la que me ayudó a mantenerme fuerte, me enfoqué en mi respiración, en las calles de San Diego y en la increíble energía de los gritos de la gente alrededor. Los siguientes 8 kilómetros dejé a un lado la presión de mi tiempo, el calor o el dolor. Me desconecté por completo y sorprendentemente ni las subidas ni el cansancio me distrajeron.

El highlight de esa mañana fue en el kilometro 18 que llegó con llanto de felicidad, de orgullo, de satisfacción. Me recordé el porqué estaba corriendo, mi intención, mi propósito. Para mi correr no es solo una manera de sudar, sino una manera de meditar y re conectar conmigo misma. ¡Es increíble pensar lo fuerte que eres y de todo lo que eres capaz!. Y así crucé la meta, sintiéndome victoriosa, agotada, adolorida, pero feliz. No fue una carrera fácil, pero me sorprendí a mi misma, ya que mi mente es más fuerte de lo que aveces imagino.

Estos 21 kilómetros los resumiría en el contraste de lo que podemos vivir día a día. Hubieron kilómetros rápidos, algunos más lentos, kilómetros felices y otros frustrantes. Retos, subidas y bajadas, es justo eso lo que me hizo comparar esta carrera a la vida en sí. Todo fluctúa, pero queda en ti y en tu enfoque si vas para adelante o te frenas y no avanzas.

Cuántas áreas de oportunidad hay en nuestra vida por aprovechar. Por más de que el camino aveces no sea fácil tú y tu mente ponen el límite. Propónte correr tus kilómetros a diario con la cabeza en alto, fuerte contra todas las inesperadas subidas y las bajadas. Que suerte tener la oportunidad de ponerle intención a todo lo que hacemos. Sorprendámonos a diario y que cada kilometro tenga intención.
Así no hay pierde.