Auténtico, espontáneo, extrovertido. Tres palabras que podrían servir para describir a Francisco Medina, quien se ha hecho un nombre por sí mismo en el campo de la fotografía musical. Desde diosas pop como Rosalía y Lana Del Rey, hasta legendarias bandas como Linkin Park o The Killers, todos pasan por su lente.

EL INICIO

“Estaba estudiando diseño gráfico y me tocó llevar un curso de fotografía. En esos momentos, yo no tenía ni idea de que para hacer fotografía había que estudiar. Creí erróneamente, como creen muchos, que para tomar una buena foto no hace mas falta que apretar un botón”, confiesa, divertido. Encontró su vocación por accidente. Su gusto por el octavo arte no hacía sino crecer, cautivando su interés, y al mismo tiempo que descuidaba los cursos de diseño.

La situación llegó a tal punto que un profesor notó el cambio en él y se atrevió a preguntarle por qué no mejor se dedicana a tomar fotos. “Yo dije, ¿qué, eso se estudia? Yo creo que él vio algo, no sé qué, pero lo vio. Porque para mi, tomar fotos era solo cumplir con una tarea que me habían dejado. Durante una semana, él se dedicó a explicarme más de este mundo y llegamos a la conclusión que lo mío era estar detrás de una cámara”, comenta con aire nostálgico.

Es entonces que empieza a estudiar fotografía. Compró su primera cámara, una de segunda mano ¡y para colmo le estafaron! “Era una Nikon, linda eso sí, pero que no funcionaba bien. Una D60 a la que le fallaba el auto foco. Y para usarla, había que tener maña”. Así que así fue el inicio: complicado. Con una cámara malograda y sin saber muy bien qué hacer, pero con muchas ganas de descubrir que le deparaba este nuevo camino”.

Francisco, además de fotógrafo, es músico, y está convencido que cuando un artista se monta en el escenario se produce una energía especial, única e irrepetible. “Si logro capturar las fotografías que tomo, es porque se detectar esa conexión entre el intérprete, la música y el público”.

Pero, admite que también mucha de la magia tiene que ver con la experiencia que ha acumulado con el paso de los años. Se logra una conexión con las bandas, que ya no es una relación netamente de trabajo sino que hay cierta camaradería. Ya sabe que es lo que les gusta, y para con los artistas nuevos con los que le toca colaborar, afirma manejar cierta intuición. “Sé en qué momento el guitarrista va a saltar, o en qué momento una cantante va a soltar una nota alta. Yo los estudio previamente, y busco conectar con ellos con la vista. Mirarlos a los ojos. Si logras que te sostengan la mirada, lograste la conexión y ya es mucho más fácil”.

Tiene el privilegio de estar delante del público, en una zona exclusiva: el pit. Un área designada a prensa y a fotógrafos. Sin embargo, el tiempo es oro. Tiene los minutos contados para conseguir LA FOTO.

“A veces te dicen, sólo tienes dos canciones para conseguir el material que necesitas. Y sino lo logras, te quedas sin nada. Si tienes los contactos, quizá hagan una excepción y te permitan quedarte una canción más. De lo contrario, pa’ fuera y te sacan de ahí”.

DE UN FOTÓGRAFO A OTRO

“Yo trabajo con la productora que trajo a Bryan Adams. Sólo nos dejaron 2 canciones desde el pit. Es de las chambas más complicadas que tuve que hacer, porque encima tenía que enviarle las fotos a Bryan para que él mismo las eligiera pues, él aparte de ser cantante también es fotógrafo, y es uno de los más bravos. Si él no las aprobaba, no salía ninguna. Sentía la presión, tenían que ser buenas fotos. Pasó un mes, teníamos que esperar a que Bryan termine la gira para poder elegirlas. Hasta que un día, recibimos noticias de la productora, de las cincuenta que enviamos, Bryan eligió treinta y ocho. Y hasta escribió: `Felicitaciones al fotógrafo, no lo dejen ir`”.

Y así como esta anécdota, tiene miles. Cuando Beyoncé estuvo en Lima, solo le concedieron un minuto de la primera canción. Todo el espacio está lleno de personal de seguridad, de modo que esos sesenta segundos son indispensables. Cuenta que hay personas con relojes midiendo el tiempo. Alguna vez lo echaron, pero peleó y logró colarse entre el público. Muchas veces en las canciones que le dan no puede hacer mucho. “Que el cantante se quedó todo el rato en el micrófono, hay demasiado humo, o quizá nunca se acerca al pit. Son cosas que pasan, y es ahí cuando surge la maña de cada fotógrafo. Cuando estuve en el Lollapalooza, Lenny Kravitz se quedó en la parte de atrás del escenario. Me tuve que meter entre las masas de gente, y la luché para conseguir una buena toma”.

Hay fotógrafos conformistas, que usan el tiempo que les dieron y se marchan. Pero Francisco no puede ser así. Es terco, y si no logra tener la imagen que tiene en la cabeza, no se va. “Puedo quedarme todo el show si es necesario. Es una chamba dura, pero cuando consigues la toma que querías, logras liberarte de un peso: es un alivio. Siempre me pongo límites nuevos, hacer cosas mejores y distintas. Siempre se puede mejorar. Me exijo muchísimo. En cada show, tengo que innovar con algo”.

Ha fotografiado a cientos de artistas, aunque dice haber perdido la cuenta hace mucho. De todos los estilos musicales. Grandes nombres en la industria como Justin Bieber (quién, confiesa, no le gusta, pero dice haber sacado unas fotos increíbles), la cautivadora Lana del Rey, a la banda The Killers, a la chilena Mon Laferte: todos levantan masas. Sin embargo, es Rosalía quién más lo ha impactado. “Manejó un show fenomenal, fue algo que nunca había visto. Tiene un control sobre la gente fascinante, y el público se sabía todas las canciones”.

EL ENCUENTRO CON CHESTER BENNINGTON

Nos cuenta una anécdota más: su encuentro con Chester Bennington en 2017. Cuando Linkin Park se presentó en el Perú por primera y única vez; surgió la oportunidad para fotografiar el concierto. Necesitaban a alguien en el país para que se encargue de las fotos para la gira. Medina, no iba a asistir al show. Sin embargo, un día antes recibió una llamada de la productora y le pidieron su portafolio. A las pocas horas, le comunicaron que la banda, personalmente, lo había seleccionado.

Aunque salió de imprevisto, como buen profesional –y por suerte–, tenía todos sus equipos preparados. “No me lo esperaba, pero tenía la cámara cargada y los lentes listos. Hablé con el equipo de marketing, me dijeron qué era lo que necesitaban que hiciera. Me llevaron a un cuarto, luego de hacer unas fotografías con los chicos del club de fans. Y fue gracioso, porque la chica era quien tenía que presentarme a la banda, pero ella se tuvo que ir. Y yo me quedé ahí, con toda la banda mirándome. Recuerdo que el primero en acercarse fue Chester, y me presentó a todos los miembros del grupo”.

Cuenta que nunca le pasa, pero esa vez estaba como, ¿deslumbrado? Avergonzado, quizá. Explica que, cuando va a trabajar, no puede darse el lujo de ser un fan descarriado; tiene que ser completamente zen. “Yo creo que Chester se dio cuenta de que me habían puesto nervioso (risas). Conversamos un rato. Es de las estrellas más amables que he conocido, me preguntó si tenía hambre o sed. Fue la primera y última vez que vino Linkin Park, tres meses después fue la muerte de Bennington”.

Medina ha tenido el placer de trabajar para los más grandes, pero sigue queriendo más. Tiene el deseo de hacer que su nombre sea conocido de extremo a extremo, hacerse notar. Ser uno más, no es una opción.

“He ido a muchos festivales, pero mi sueño es ir a tomar fotos en Rock in Rio. Quiero hacer que mi nombre suene lejos, porque siento que Perú es sólo un granito de arena en un desierto, sé que hay mucho más. Lo logré ya consiguiendo ir hacia el Lolla, la meta de llegar hasta Río se acerca. Quizá el próximo año estaré listo”.