Hablar de santidad en nuestros días es algo que resulta –para muchos- un tanto etéreo y si no, algo bastante complicado. Lo cierto es que, para la cultura peruana, la influencia del catolicismo es algo innegable. La historia del Perú tiene una larga trayectoria de santidad y de discusiones teologales las cuales, dentro de sus frutos, tiene una gran representante, conocida no solo a nivel nacional, sino que es venerada y estudiada, internacionalmente. Esta es santa Rosa de Lima.

Este personaje encierra en sí complejidades interesantes que aún no terminan de ser visibilizadas ni resueltas. Es en esa búsqueda de la figura de la persona de Rosa (Isabel Flores de Oliva) en que el cineasta Augusto Tamayo ha penetrado y perfeccionado con éxito su más reciente obra. Tras más de 40 años de arduas investigaciones y procesos creativos, el director, productor y guionista, lleva a la pantalla grande esta puesta en escena: Rosa mística.

Este largometraje no es un documental ni biografía de la santa. Según Tamayo es -ante todo- una” interpretación personal, respetuosa, admirativa” que traslada al espectador a un tiempo y locaciones distintos: una Lima colonial mega religiosa. Aquí, la primera clave: la ubicación temporal. Por mucho tiempo, la figura de santa Rosa ha sido catalogada de “loca” por las severas mortificaciones que se realizaba. Según el historiador del arte, Ramón Mujica (2018), este tipo de aseveraciones no serían nada más que anacronismos, que responderían a una psicología totalitaria, reduccionista y excluyente.

Por otro lado, Rosa mística es una película que, antes de hablar de una santa, retrata a una mujer colonial. Es en ese sentido que, este filme amplía las perspectivas sobre la figura de Rosa de Lima. Se le muestra como era: una joven melancólica y a la vez, combativa. Una chica que se hace terciaria dominica –es decir, religiosa independiente que no vive en conventos- y que, con gran determinación, logra sus metas (a pesar de todo un mundo que la señala y la pretende moldear a su antojo).

Asimismo, los relatos son introspectivos. Con diálogos teológicos impecables entre Rosa y sus confesores, la película logra representar algo que, sin duda es ambicioso: expresar la espiritualidad virreinal y la compresión de conceptos actualmente, caducos.
Rosa Mística es un grito por la libertad. La joven muchacha de la colonia tiene objetivos claros: la trascendencia mística y la apasionada entrega a su fe. Ella no pretende en ningún momento la figuración pública, sino que lucha por una vida de soledad y aislamiento. Para lograrlo, debe enfrentarse a un mundo que se empecina por encajar en moldes y que menosprecia a la mujer.

Según el teólogo, Joseph Moingt (2015) el creer va intrínsecamente ligado a la necesidad del hombre de comprenderse a sí mismo, indagando profundamente sobre su identidad, en relación con “el otro”. Esa es la búsqueda de Rosa: una incesante mirada hacia adentro y servir “al descartado”. Eso, sin duda, subvierte un sistema. Y como dice el sacerdote jesuita, Juan Dejo (2017), “si hay un legado realmente revolucionario en el cristianismo es aquel que, de ser llevado a fondo, subvertiría todos los sistemas de poder en que vivimos en canales de servicio para activar esa buena voluntad que en la revelación cristiana es el núcleo de ser.” Se habla, entonces, de “la fuerza subversiva del creer”.

Transgresora de roles coloniales impuestos, buscadora primigenia de la libertad femenina, melancólica, solitaria y combativa. Es la nueva perspectiva de esta interesante mujer interpretada por una impecable Fiorella Pennano, acompañada de actores de primerísimo nivel como Carlos Tuccio, Alberto Isola, Sofía Rocha, Jorge Chiarella, Gianfranco Brero, Hernán Romero, Bruno Odar, Miguel Iza y Joaquin de Orbegoso. Si te gusta salir de la rutina y ampliar tus horizontes culturales, verla es una excelente opción.