Yo siempre he creído que la distancia es una m***da. Incluso vivir lejos de mi novio me parece una tortura, pero, imagínate que sea cruzando el mar, con 6 horas de diferencia y con una tonelada de inseguridades sobre ti misma. Oh, cielos, eso es lo que tenemos el día de hoy. Una pequeña historia de por qué no creo en esas cosas:

Miras la hora, seis de la tarde. Piensas en que él está en cama, mirando al techo, quizá pensando en ti. Para él es medianoche. Noruega, país nuevo, chicas nuevas y te carcome pensar en por qué no te responde los Whatsapps.

Te muerdes las uñas. Cuando se despidieron en el aeropuerto, prometieron intentarlo. ¿Por qué no? Son solo seis meses.

“He cambiado de idea, amor. Creo que voy a intentar alargar mi intercambio, al menos, por lo que resta del año. Voy a tantear quedarme.”
Joder.

Ok, pero no todo es tan malo. Al menos, queda la comunicación, ¿sí?

Comunicación que no has recibo de él en los últimos 5 días. Ni si quiera te llamó por San Valentín, ni si quiera escuchó alguno de tus audios donde le contabas de tu día, tus problemas, cuánto anhelabas tenerlo cerca. ¿Será que él no tiene tiempo, como tanto lo argumenta?

Pero, ¿Por qué entonces sale tanto de fiesta? Se entiende. Europa, lejos, sin familia, sin restricciones, sin novias fastidiosas que solo piden un poquito de atención. Sin embargo, podría saludar de vez en cuando.

Al fin de cuentas, se supone que te ama.


“Yo no quiero salir, amor. Entran mis amigas al cuarto y me sacan. Bueno, todos entran a mi cuarto”.

Eso último no suena nada bien e intentas no hacer un drama por eso. Sigues pensando bien, sigues pensando en que, sí, quizá es la presión social de la pensión estudiantil donde reside que lo ha hecho así.

Aquí, en Lima, él decía que no era de muchas salidas, de muchas fiestas, que no le agradaba mucho. ¿O, quizá, no le agradaba porque estaba contigo?

Sacudes la cabeza para intentar sacarte las inseguridades de encima.

Él prometió que te llevaría, pero tú no quieres esperar. Vas a la embajada, ves tus papeles, intentas postular a una beca, te armas de valor para intentar dejarlo todo. Aun cuando no estás del todo segura, piensas que él vale la pena, que debe estarte esperando, como siempre dijo que lo ha hecho.

Sacas los presupuestos, vas alucinando tus maletas, el departamento que rentaran juntos. Será difícil, sí. Nada en esta vida es fácil. Pero sabes que, mientras estén juntos, los problemas solo serán nuevas aventuras.

Sin embargo, no ha pasado ni un mes y tu corazón empieza a palpitar.

Palpita fuerte y seguido, más seguido de lo que él ha intentado comunicarse contigo. Lo sientes como una señal, así que lo llamas.

Sin respuesta.

Al día siguiente, te llama.

Estaba de fiesta, ebrio y te confiesa que está confundido. No dice si sobre ti o sobre la vida o sobre los estudios. Simplemente te dice que está confundido. Te dice que anoche pasaron muchas cosas, que aún las está procesando y que espera que salgan bien.

La duda te carcome, porque rezas que no sea aquello que te muele la conciencia.

Por días te dice que ha pasado algo con su mejor amiga. Una chica también peruana que fue con él de intercambio. No te dice nada, evade la pregunta, pero en un arranque de valor, le confiesas tu miedo: Si no ha pasado nada con la chica, ¿por qué hay problemas con ella?

Te confiesa: Esa noche, en la ebriedad, se besaron. Te empieza a contar que no pudo evitarlo, que simplemente sucedió. Que luego, se la llevó al departamento, justificando que necesitaba cuidarla. Te dice que intentó dormir en el suelo, pero que terminó subiéndose a la cama.

Y te lo confiesa con la frase: “Ya la perdí a ella, no quiero perderte a ti”.

Y te das cuenta que ahora que está lejos, tú eres la segunda opción.

Que, si probablemente esa chica se lo hubiera tomado bien, no estaría llamando en ese momento. Y te duele.


La verdad es que yo siempre he sido la amiga positiva, la que cuenta con la confianza y la seguridad de decirle a los demás que lo intenten, que arriesguen. Pero, les soy sincera: Uno debe ser confiado, pero jamás idiota. Uno debe creer, pero esa ilusión debe estar cimentada en acciones.

No sean como yo, que espera hasta el último segundo, hasta la última llamada, que se amanece noches enteras esperando una llamada. Un “Perdón, te extrañaba”.

Yo he rogado migajas de amor, y me he cansado de hacerlo.

Así que amigx, por favor. Si el amor de tu vida está por irse lejos y tú sabes que no puedes con ello, quizá por tus celos, quizá porque él o ella no es del todo sincero (o de plano no quiere saber de ti); evítate los dramas que pasé yo: date un tiempo.

Mi madre solía decir que el amor siempre tiene que ser libre, sin posesión, sin obligación.

Y creo que yo fallé al darme cuenta de eso demasiado tarde.