Fresca, extrovertida, con gran talento, camaleónica y tenaz. Nuria Zapata Fiedler, conocida en el mundo de la música como La Zorra Zapata, nos abrió las puertas de su departamento en Barranco y conversó con DE PORTADA tendidamente sobre su historia, su experiencia polifacética en el arte y sobre sus actuales y futuros proyectos.
¿Cómo era Nuria Zapata de niña?
Yo crecí en Tarapoto hasta los 6 años. Tuve una infancia súper libre… Nos íbamos los fines de semana con mi familia al Ahuashiyaku, que es una catarata preciosa que hay allá. Crecí sin zapatos, con el columpio en el árbol, súper silvestre… Mi mamá me cuenta que cuando era chiquita, los chibolos siempre se peleaban por los juguetes y yo era la que sin ningún problema decía “toma”, lo cedía y agarraba otro. No me hacía paltas ni hacía berrinches… Pero también crecí súper sola porque no tenía muchos amigos en el nido.
¿Te sentías muy sola?
No fui muy aceptada y crecí bastante sola. De ahí todo mi universo solitario… de hecho ahora soy una persona bastante solitaria. Hoy no me siento muy distinta a esa niña…
Y cuándo creciste, ¿te sentías igual?
La revolución de la adolescencia fue otra cosa (risas). El colegio y la universidad los hice en Lima. Estudié en el Santa Úrsula. Era parte del top 10 de la peores de la promoción (risas). Solo pasaba educación física, música, literatura y arte. Las matemáticas y el alemán, jalados siempre (risas).
¿Cómo lidia la Zorra Zapata con la soledad?
Compongo sola, escribo sola. El hecho de imprimir los libros, de hecho, es un proceso muy solitario. A pesar de que tengo esta cosa social y performática que no me cuesta trabajo desarrollar y la cual siento súper natural, no puedo negar la contraparte de que, efectivamente, disfruto mi soledad.
¿Cómo desarrollas tus proyectos musicales?
Hace unos días salió mi nuevo sencillo “Más calmada”. Hicimos un video en Madrid que fue una locura. En menos de 5 horas y con un presupuesto de 3 euros que fue el pasaje para el metro. Es loco porque creo que todo lo que ha salido de la Zorra Zapata ha salido así, como un “vaos” que se concretó en el corto plazo. Nos abandonamos más al hecho de hacerlo y divertirnos.
¿Cómo hace música Nuria?
He tenido varias experiencias amorosas, novio, novia. El primer impulso que me lleva a hacer música es un arranque muy pasional, es un “lo voy a hacer”, sin embargo, llegar a eso me costó mucho. Estas canciones que he cantado en mi cuarto a un nivel bajísimo (porque me daba vergüenza que alguien me escuche) y decidir que era el momento de enseñarlas, me llevó a no sentirme lista, hasta que decidí por primera vez que me sentía preparada, y ya no me sentía insuficiente… pero igual, y con todo eso, con un nivel de vulnerabilidad… ¡Wow!
¿Cómo vive la Zorra Zapata esa vulnerabilidad en el escenario?
Me acuerdo que, en mi primer concierto, lo primero que dije como la Zorra Zapata en el micro fue: “Bienvenidos a los 20 minutos más aterradores de toda mi vida” (risas). En ese momento me di cuenta que había un poder en ser frontal con esa vulnerabilidad, y creo que el público conecta porque sienten eso mismo de una manera u otra. Creo que es algo con lo que lidiamos todos.
¿En todos los conciertos te sientes igual?
Cada vez que tengo que cantar en público es una lucha constante contra mi vulnerabilidad. Es un proceso, y esa batalla la he librado de maneras distintas. Han habido conciertos en los cuales ha sido tan dura esa batalla que dentro de mí decía “¿Por qué no te quedabas en tu casa cortando papelitos?” (risas). No es que me sea fácil pero después, disfruto como un cerdo. Ese riesgo me hace sentir viva, librando esa batalla. Mi peor enemiga y la mejor aliada soy yo misma. Se me paran momentos solo de pensar en esas dos primeras notas con las que empiezo y digo: “wuuu, buena suerte” (risas). Tengo todo un ritual para eso (risas).
Dime cuatro cosas que definen a Nuria, no a la Zorra Zapata
Yo diría que soy vulnerable, fuerte, emocional y en constante cambio. Lo estático no me llena.
Ahora se entiende todas las carreras que has seguido…
(Risas) Literal, cuando estaba en Estudios Generales de Arte en la PUCP, a los dos años me decía a mí misma: “¿Tengo que estar 3 años más acá?”. Yo quería descubrir. El mundo es tan inmenso y las posibilidades son tan infinitas que me sentía frustrada. Así es como me fui a estudiar Teatro a Buenos Aires, seguí con Pintura y luego Poesía Experimental, y ahora resulta que lo que más hago es lo que menos estudié (risas).
¿No te afectan tantos cambios?
No tengo chongos con el cambio, tengo chongos con estacionarme. Creo que tus necesidades van agregándose en cuanto vas aprendiendo nuevas cosas. Sin embargo, me pesó por mucho tiempo lidiar con ese movimiento. La sociedad, los papás, los moldes… Pero después me di cuenta que no fue que haya perdido el tiempo, y que, felizmente, fui desobediente e hice lo que necesitaba hacer. Ahora todo eso me lleva a punto en donde yo puedo manejar las cosas que hago desde distintas perspectivas. Todo al final tiene un sentido, si es que aflojas con esos parámetros de lo que “debe ser”.
Este perfil que tú mencionas puede ser muy poco funcional con el sistema y la sociedad que te construye desde el colegio…
Imagínate si en esos 12 años de colegio, en vez de haberme tratado meterme las fracciones a la cabeza, me hubieran dado una guitarra, o me hubieran puesto a dibujar o leer poesía. Por eso yo siento que la educación deber estar enfocada más en las individualidades de las personas que están aprendiendo, y no viceversa como lo es actualmente. No todos somos iguales. Cuantas horas me las pasé dibujando en los exámenes, cuántas cartas les escribía a mis profesoras atrás de los exámenes…
Y esa conciencia sobre el arte, ¿cómo la descubriste?
Mi mamá siempre me aplaudió las cosas que hacía bien, pero más que por el afán de hacer algo bien porque era buena, empecé mis experiencias artísticas solo por la necesidad de disfrutar y sentir una liberación. Fue un descubrir en mi soledad.
¿Cómo crea sus obras la Zorra Zapata?
Es un proceso de descubrimiento. No es que yo tenga pensado “la Zorra Zapata hace esto y dice lo otro, se viste así y canta esto”. Yo prefiero dejarla a ella que florezca como más le convenga y que siga su curso natural. No quiero que suene ni se vea como algo determinado para nada, prefiero simplemente que sea un ejercicio de libertad y que ella sea lo que tenga que ser sin ningún tipo de premeditación. Muy pocas veces he compuesto canciones con otra persona. Normalmente estoy en cuarto de 4×4, en donde escucho y vuelvo a practicar muchas veces. Recién cuando siento que está lista se la llevo a la banda para que el productor y los músicos hagan lo suyo. Pero la estructura principal, el core de la canción, son fruto de 720 horas sola (risas).
Cuando escuchas el nombre de la Zorra Zapata uno se imagina algo muy sexual, muy íntimo…
¡Muy puta! (risas). Siento que siempre he sido una persona sexual. Recién alrededor de los 23-24 años concilié con el hecho de aceptarme con mi ser sexual, con ser bisexual, y valorar la sexualidad de otros. El descubrir de esta realidad en mí y en otros fue fundamental.
¿Y cómo se relaciona esa persona que abraza su sexualidad con la artista?
(risas) ¡Claro! Cuando escuchas que va a tocar la Zorra Zapata, te imaginas a una chica en reggaetón haciendo twerking, usuraza y luego ves a una chica con su guitarrita, muerta de miedo, cantando sobre sus intimidades. Eso me parece paja, ese giro que no se espera. Pero muy aparte de esto, este es un nombre que me está enseñando continuamente.
¿De qué manera?
Hay veces que no me siento cómoda diciendo que soy la Zorra Zapata. Hace unos meses estuve saliendo con un chico que me llevó a comer con su mamá que me preguntó “cómo se llama tu banda”, y yo: “Aquí voy… La Zorra Zapata” (risas). Nunca me he sentido incómoda diciendo que soy la Zorra Zapata en el escenario, pero cuando estoy con mi psicóloga o con personas que recién conozco, ese nombre me interpela un montón.
¿Cómo te interpela?
Hace poco descubrí algo bien loco: cómo desde el inconsciente linkeo este nombre a un episodio de mi adolescencia. Cuando tenía 14 años, descubriendo mi sexualidad, recuerdo que un fin de semana me chapé a un chico y el siguiente a otro. Entonces, mi mejor amiga del colegio me dice que su hermana mayor le dijo que “los chicos están diciendo que tú eres una zorra”. Me acuerdo que en ese momento se me vino el mundo abajo y pensé que nunca iba a poder tener una vida normal. Me cerré y me cohibí. Me reprimí. Me hizo sentir mal el hecho de descubrir mi sexualidad.
¿Qué tan polémico crees que es ese nombre?
Es un nombre que de hecho es controversial y te puede desencajar un poco, pero también es un granito de arena que normaliza y aligera el descubrir sexual de una mujer, ¿no? Porque qué tiene de malo que una chica se chape un chico un fin de semana y el siguiente a otro. Yo nunca he escuchado que a los chicos le digan zorros por hacer exactamente lo mismo. Las connotaciones para las mismas situaciones, para las mujeres, son muy injustas. Esto es algo que me ha enseñado ser la Zorra Zapata, sin haberlo siquiera planeado.
Si tuvieras que definir quién es la Zorra Zapata, ¿qué dirías?
Es un animal herido que superó su propia catástrofe. Hay bastante reflexión sobre las cosas tristes y feas que han pasado, pero también siento que se compuso. Es algo como que “esto pasó, ya lo superé. Ahora te lo cuento y te lo canto”. Sin negarlo. Ya crucé por ese río, casi me ahogo, pero ya lo pasé (risas).
En Lima y el Perú pasa mucho que se juzga mucho a las mujeres que viven su sexualidad abiertamente. ¿Qué les dirías a aquellas chicas que sufren de ese bullying social que las cohíbe, las frena, las frustra y las acosa?
Si la otra persona se siente amenazada por tu sexualidad, entonces esa persona no merece estar en tu radar ni de cotidianos, ni de amigos, ni nada. El hecho que tú niegues tu sexualidad no hace que esta desaparezca. Es tu naturaleza.