He tenido una semana agitada. Las clases virtuales pueden ser más absorbentes que las presenciales. Me cansa la vista, me mantengo pegado al ordenador como un esclavo cibernético. Ahora pienso en los cientos de parejas que deben de reinventar su amor en estos días de complejidad. Joaquín me escribe, me cuenta que ha conocido un chico distinto a los otros chicos que había conocido. Me pide que le escriba un poema para dedicárselo. Le digo que nunca he escrito un poema por encargo y me apeno por dentro. Nunca he podido escribir algo que no siento, pero intento ayudarlo. Le propongo un texto.

Escribirle una carta para el chico que le gusta. Es mi primera vez enfrentándome a una hoja en blanco para escribirle a un hombre. Empiezo a escribir, pienso en Joaquín, en las vidas que tuvo que haber pasado para conocerlo a él. Joaquín es un gran amigo, un chico noble, inteligente, que escribe de vez en cuando. Admira la pluma de Jaime Bayly, pero el periodismo no es lo suyo. Lleva una vida bastante agitada, pero a la vez intensa. Le han gustado muchos chicos, de todas las edades, de todas las condiciones sociales. Joaquín es un chico de corazón grande. Ahora, en plena pandemia, se está enamorando de un chico que no ve en persona. Todo lo que tiene es una pantalla y dos manos agiles para escribirle, para moldear su amor textual. Pero él escribe, y escribe textos espléndidos. Su futuro está plagado de incertidumbre como el de todos los seres que tienden a escribir.

Cuando me habla del chico que le gusta, suelta muy pocas palabras, siente más. Imagino que sus ojos, que no puedo ver, empiezan a brillar esclareciéndose. Está terminando de leer un libro de Vargas Llosa y le friega que Vargas Llosa no le guste. Le parece un formalón del lenguaje, un misántropo de biblioteca. A Joaquín le gusta la narrativa sin preámbulos, directa, descarnada por eso es que es un gran admirador de Bayly. Le escribo la carta a su chico, se la comparto y él se la manda. Imagino su rostro al enviársela, como un cartero que deja un obsequio en una casa ajena y corre. Joaquín debe de estar desesperado por su respuesta, pero intenta disimularlo bien. Se pone bastante sensible, en el fondo, cuando le hablan de ese chico.

Le he recomendado una novela, me dice que la leerá luego que termine de devorar una novela de Llosa por compromiso de no fallarle a los cánones de la literatura universal. Pienso en Borges y su cita sobre la lectura. Parafraseándolo daba a entender que la lectura era una forma de ser feliz y que como tal no podía ser obligada. Es decir, si un libro no te atrapaba lo dejabas. No se tenía que perder el tiempo, la vida, leyendo libros solo porque la crítica los alababa. Creo que Joaquín era tan noble que no quería fallarle a las estatuas erigidas. Dejamos de hablar hace un buen rato. Debe de andar escribiéndole. Tal vez ya le contestó mi carta y empiezan a entrar en el juego de quererse. Apresurados, como dos locos, se escriben en medio de una pandemia. La pandemia no los separa, no los divide, no los fragmenta. Parecen estar más unidos escribiéndose. Es un amor literario. Pienso en Baudelaire y Rimbaud, la relación más conocida en la literatura francesa sobre un romance entre dos poetas. Si fuese así Joaquín sería un Rimbaud con corazón de Neruda.

 

Tal vez ya estén hasta saliendo sin poder salir físicamente y mi carta haya sido el detonante para que puedan quererse más. No lo sé. Todas son suposiciones. No le escribo para no saber respuestas. Me agrada vivir con incógnitas. A menudo las respuestas definitivas sepultan al hombre. Una afirmación o negación le impide pensar más allá de los juicios. Es tardísimo. Joaquín debe de estar durmiendo, soñando plácidamente o tal vez haya terminado de leer su novela a hurtadillas de las otras novelas de Bayly que lo espían desde su escritorio. Ambos se habrán ido a dormir con el corazón lleno, contento. Y yo sigo escribiendo, mintiendo a todas voces que quiero cuando en verdad solo intento encontrarme.